Mi tío Pepe o el origen de una afición
Afortunadamente para ellos, el destino quiso que el buque de mi tío pasara por allí, subiéndolos a bordo. No sé tampoco en que número, pero tal vez eso sea lo de menos. Lo de más, como tantas veces, fue el gesto. El gesto noble y valiente de un Oficial de la Armada, mi tío Pepe. Salvó la vida de muchos hombres que de otro modo habrían tenido una muerte segura.
Aquel hecho le valió ser condecorado hasta por los propios alemanes, en otro gesto de reconocimiento y gratitud.
Seguramente mi tío atesoró otras muchas buenas acciones que jalonaron un magnifico historial que le valió para llegar a ser Almirante.
Las buenas cualidades humanas que recuerdo de él me bastan para creer que las profesionales no lo fueron menos. Sin duda estuvieron al mismo nivel.
Recuerdo que si oía hablar de aquello, era porque en una u otra ocasión lo mencionaban mi tía Agustina o mis primos, sus hijos, o mi propio padre. A mi tío Pepe, nunca le oí mencionar una palabra de ello. No se vanagloriaba de ello.
Las voces de los demás, las condecoraciones que alguna vez tuve en mis propias manos, y el Certificado colgado en la pared, eran los que hablaban de lo que mi tío Pepe hizo una vez. Tengo incluso una idea muy vaga de que algunos de aquellos tripulantes escribía a mi tío ya pasados los años de aquello. Tal vez todos los años por Navidad, pero no lo sé muy seguro.
Años después, mi tío pasó al retiro forzoso por culpa de la diabetes que lo dejó sin vista. Así es como yo le conocí y como le recuerdo con sus gafas negras de gruesa montura de pasta. Pero si sé que mi Tío Pepe era bueno, aquella minusvalía creo que debió de hacerle tener un corazón todavía más grande.
Nunca debió de imaginar mi Tío que algún día a mi me daría por hablar de él cómo lo estoy haciendo. Y tampoco puedo imaginar lo orgulloso que estaría yo de haberle tenido a mi lado, y por tantas cosas como recuerdo de él. Por aquellas sus rodillas que siempre me acogieron con cariño. Ya sabéis, el mismo cariño que un abuelo le daría a sus nietos.
Vuelvo a decir que no recuerdo de él ni un solo mal gesto. Ni un momento de mal humor a pesar de su ceguera. Nunca lo tuvo. Y si lo tuvo, buen cuidado puso en que no lo percibiera. Un ejemplo, tal vez uno más de las muchas cosas que agradecerle.
De modo que, si no es por su causa el origen de mi gusto por lo marinero, al menos sí es el recuerdo más lejano que conservo de mi relación con el mar.
Bueno, aunque al final he enredado la madeja, como siempre que me pongo a escribir, por fin he conseguido terminar como había empezado. Explorando el origen de mi afición por la mar.
Tal vez, haya tenido visos de ser una autobiografía, pero no pretendía que fuera eso. Esos recuerdos tan lejanos, que afloran por sí solos sin que los llames, siempre es bueno aprovecharlos. Siempre es bonito tenerlos presentes.
No quiero dejar de mencionar que tengo que un primo - hijo de mis tíos Pepe y Agustina -, que sí supo seguir en su momento la llamada de esa vocación. A día de hoy, mi primo Miguel Ángel, es Capitán de Navío. Como se suele decir, de tal palo, tal astilla.
Supongo que si no ha navegado ya, después de tantos años, por los siete mares, pocos deben ser ya los que le queden por surcar.
Ahora, para despedirme, quisiera hacerlo con unas palabras de Rafael Alberti que lo dicen todo para mí:
y sobre el ancla, una estrella,
y sobre la estrella, el viento,
y sobre el viento, una vela.
- Rafael Alberti -
Madrid, 20 de Agosto de 2002
José Carlos Ojeda
0 comentarios