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Pepemillas La Locomotora de Moratalaz

Poemas y otros escritos de Pepemillas

20 de Agosto de 2008 - I

¡Silencio! ¡No me interrumpan!

<font size=4>¡Silencio! ¡No me interrumpan!</font>

Perece la noche,
resucita el nuevo día,
con derroche,
inundando de vida
cada rincón,
cada calle,
cada alcoba,
cada perspectiva.


Cada rincón, que en la penumbra de un callejón acogió
el abrazo y el verso furtivos. Quizá hasta prohibidos,
pero siempre de amor.


Cada calle, que ya va haciéndose eco de las voces de
los niños camino del colegio. Del deslizar de los cierres
metálicos que los tenderos suben con energía para comenzar
la jornada. Del rechinar de neumáticos que apuran semáforos.


Cada alcoba, en la que durante la noche que todo lo oculta
y que todo lo cobija haciéndose cómplice, se desarrolló
una hermosa batalla de amor, de besos, de abrazos,
de pellizcos, de caricias. De gemidos y hasta de risas.
De sudor, vapores y néctares prodigiosos. De dulces momentos
que desembocaron en desbocado éxtasis.


Sale el sol. ¡Silencio! ¡No me interrumpan! Me gusta
contemplar la vida desde mi balcón a primeras horas de la
mañana; cuando esa media luz me habla, me susurra de lo
que pudo haber apenas unas horas antes. En cada rincón,
en cada calle, en cada alcoba.


Comienza el día y se cierra un círculo más. Se cierra
un círculo de un ciclo que nunca termina. ¡Silencio!
¡No me inerrumpan!

Al rescate de la cordura

<font size=4>Al rescate de la cordura</font>

Y lo hizo. Se terminó el año 2007. Y empezó 2008. Y pasó Enero. Pasó de largo como un suspiro. Esto, dicho siempre subjetivamente y apreciado desde mi propia óptica, y desde el ritmo de vida que llevo, que por otra parte no creo que sea muy diferente del de muchas y muchos. Un ritmo de vida que a finales del año pasado me había propuesto no seguir llevando, pero que se impone contra la voluntad de uno por mucho que uno se resista.


Y llegó Febrero. Aún siendo bisiesto este año, pasó delante de mi vista con la misma ligereza que Enero.
Mediaba Febrero cuando estuve a punto de escribir las primeras líneas de este año en mi libro de bitácora. Iban a ser unas líneas que hubieran hablado de la decepción que me producía el darme cuenta de que nuevamente tenía que resignarme a un ritmo de trabajo que ya el año pasado me absorbió sin piedad – más de lo que es medianamente recomendable -, y que me había propuesto que este año no me volviera a ocurrir. Pero ha ocurrido. Eso es lo cierto. Y no le veo visos de que vaya a cambiar.


En Diciembre me había hecho la promesa de que este 2008 iba a ser un año de reencuentros. Y lo dije. Un año en el que me propondría sentir que verdaderamente soy yo el que pasa por la vida en vez de sentir que es la vida la que me pasa por encima como una apisonadora. Pero no, una vez más veo que no ha sido ni va a ser así.
Rencuentros de muchas clases eran los que me había propuesto llevar a cabo. Con personas, sobre todo con amigos y familiares. Con aficiones, con ilusiones, con proyectos… ¡Qué sé yo!


Y comenzó 2008. Un año que nos ha marcado profundamente a la familia no habiendo hecho más que comenzar. Un año este bisiesto 2008 que es de esos que se te quedan grabados para el resto de la vida con nombre propio. Uno de esos años que cobran especial relevancia más por lo que te quita que por lo que te da o por lo que logras.


Mediaba Enero cuando yo incluso tenía hechas unas fotos de las yemas de los almendros que se preparaban para reventar en cualquier momento para anunciar una Primavera que se mostraba cercana y prometedora. Un período en el que uno ha de suponer que es cuando se renueva el ciclo vital de todo. Un renacer, un recomenzar.
Pasaron los días y las semanas y yo sin poder sacar hueco para mostrar esas fotos ni hablar de lo que ahora estoy hablando.


Pero no, el destino tenía guardada otra clase de realidad para todos nosotros en casa. Fue cuestión de horas pasar de unos deseos de hablar de esa incipiente Primavera anunciada por los cada vez más numerosos almendros repartidos por la ciudad, que te estimulan para ver las cosas con renovado optimismo, a tener la esperanza de retomar con nuevos bríos las riendas de las cosas que tienes abandonadas, a caer en la más absoluta oscuridad vital. Como digo, cuestión de horas pasar de una cosa a otra.


Ese oscuro y profundo abismo que se abre entre lo que uno desea y lo que realmente nos impone la vida, se abrió ante nuestros pies una tarde de Febrero. El 17 concretamente, a eso de las seis y media de la tarde, sonó el timbre del teléfono como tantas veces. Sin embargo, ojalá nunca hubiera tenido que sonar. Ojalá nunca hubiera tenido que ser descolgado. Ojalá no hubiera habido que escuchar por él las palabras que ojalá nunca hubieran tenido que ser pronunciadas.

La paz del Domingo quedó quebrada como frágil cristal en cuestión de segundos. Un Domingo en que como pocas veces podíamos estar juntos los cuatro por aquello de que no todos los fines de semana puedo librar. La voz de mi mujer que fue la que cogió el teléfono empezó a romperse entre preguntas sobre algo que era incuestionable.
Era nuestro sobrino Daniel, de Alicante. De su boca tuvo que escuchar Isabel palabras que le parecían tan irreales como aberrantes. Y por irracionales que parecieran no había más remedio que asumir y que digerir.
Con no poca preocupación la pregunté qué ocurría. Al verla levantarse como un resorte del sofá y preguntar de aquella manera entrecortada y alzando cada vez más la voz, quedaba patente que algo grave ocurría. Intuí que era una de esas cosas que uno no desea escuchar jamás. Aguardé a que colgara el aparato con impaciente inquietud.


- Mi hermano, mi hermano… – me decía.
- ¿Qué…? ¿Pero qué ha ocurrido? – preguntaba yo tomándole las manos.
- Mi hermano… - no le salían palabras. Y es que hay palabras que son impronunciables. Palabras que ni debieran ser dichas, pero que uno teme hasta cuando no suenan porque sabe que son justamente las que vas a terminar oyendo.
- Mi hermano ha fallecido… - Isabel se rompió y la sujeté con más fuerza si cabe las manos.
- ¡¡¿Qué?!! – pregunté incrédulo. Aquello no era real. No estaba ocurriendo… Pero sí… estaba ocurriendo….
- José Luis… ha fallecido en accidente de tráfico… Mi hermano… mi hermano…


Y a partir de ahí, todo lo que cabe suponer. Las niñas estaban en casa y enseguida se dieron cuenta de que algo grave ocurría.
Recuerdo ahora que hasta la perra, que estaba tumbada en la alfombra del salón plácidamente, se levantó inquieta y comenzó a ladrar desaforadamente y a saltar sobre unos y otros. Hasta ella se dio cuenta de que algo había roto la tranquilidad de aquél fatídico Domingo.
Los llantos se dispararon en los cuatro en cuestión de segundos. Todo era caos e incomprensión ante algo que nos parecía irracional. Los “¿por qué?” comenzaron a surgir de nuestras gargantas con angustiosa cadencia. Nos abrazamos los cuatro.
No sé cómo decirlo pero era como si al mismo tiempo aquello no estuviera ocurriendo, pero estaba ocurriendo. Así son estas cosas. Así de crudas e irracionales.


Sólo mes y medio habíamos estado todos juntos en casa como cada Navidad, incluso con una boda de por medio y ahora aquello no era más que historia. Todo habían sido risas y alegría, y ahora, todos rotos.


Como pudimos, comenzamos a pensar en los familiares de los que uno es capaz de acordarse en esas circunstancias, para hacer tan odiosa llamada.


La vida te da y te quita cosas. A mí me ha quitado de cuajo más de 20 años de conocer a un cuñado entrañable. Una persona alegre y optimista como pocas. Una persona que profesionalmente fue un ejemplo a seguir. Padre y esposo ejemplar que adoraba la vida familiar y que sabía rodearse de amigos en un trato que ahora muchos han comenzado a valorar en su justa medida y que ya han comenzado a echar de menos.
Alguien con quien siempre tenías unas risas aseguradas. Era alegría contagiosa. Todos hemos perdido mucho, pero como tantas veces, uno no termina de darse cuenta de lo que tiene hasta que lo pierde.


Como le dije a mi hija Ana en aquellos primeros duros momentos de incredulidad, esta es de las cosas que le paran a uno los pies de golpe y le ponen en su sitio.
Especial puñalada trapera del destino para ella porque era su padrino. Puñalada trapera al fin y al cabo para los cuatro, que sentimos como se nos clavó a todos a la vez.


José Luis, dejaste huella. No te quepa duda. Nunca fallecerás del todo porque para quienes te queremos – y digo bien, “te queremos” porque aún no nos podemos creer que ya no estés entre nosotros -, y te recordamos, siempre estarás vivo. Más vivo que nunca. Tu voz, tus risas, tus anécdotas, tus vivencias, tu generosidad y ¿por qué no?, hasta tus momentáneos enfados, que bien pocos eran, quedarán para siempre vivos y latentes entre nosotros.


Ahí están tus hijos Irene y Daniel para recordar y revivir uno tras otro todos esos momentos, muchos de los cuales hemos tenido la fortuna de compartir.

Ahí está tu esposa Mati, para mantener fresca tu memoria y tu recuerdo, pero sabiendo de la fortaleza que será necesaria para seguir adelante.


Yo por mi parte, José Luis, vuelvo a decirte lo que te dije por última vez en aquél frío lugar en el que nunca debiéramos habernos reunido y que ojalá nunca hubiera tenido que decirte. Al menos, sin que pudieras oírme:

José Luis, gracias.


Díme por qué...

<font size=4><i>Díme por qué...</i></font>

Si es verdad que el tiempo todo lo cura...
díme por qué,
quererte sigue siendo una locura...
¡¡¡ Díme por qué !!!

Quiero...

<b><font size=4>Quiero...</font></b>

Una caracola que me hable de las arenas que nunca pisaré.


Una estrella de mar que me hable de las aguas en las que el ancla de mi buque nunca se sumergirá.


Una estrella fugaz que surque los cielos que nunca veré.


Una gaviota que vuele hacia una puesta de sol en un horizonte que ignoro dónde está, allá, muy en altamar.


Una roca a la orilla de sabe Dios qué mar, en la que nunca me sentaré a descansar de mi largo peregrinar.


Un puñado de arena que deslizandose lentamente entre los dedos, me hable del tiempo que perdí, y que ya no podré recuperar.


Que me hable del tiempo que no podré compartir, paseando por unas playas que ni sé si existen. Que me hable de un mar que no me deslumbrará con sus destellos al sol. De una estrella fugaz a la que no le podré pedir el deseo que más deseé, de esa gaviota a la que no podré oir, de esa roca en la que como mucho, unicamente me podría sentar solo.
Solo, porque solo estoy desde que se fue. Porque solo me quedé.
Solo me quedé y nada de esto con ella compartiré.
Nada de esto haré, porque hacerlo sin ella, será como no hacerlo.
Y si así fuera, tan sólo me limitaría a oir el triste y lánguido canto de esa gaviota que sobrevolando mi cabeza se adentraría en el mar, quiza para no volver.


Quiero esa gota de rocío que tristemente cae,
en su ultimo suspiro de vida,
como lagrima derramada por el amor perdido.


Septiembre de 2006

Ahí va el héroe

<font size=4>Ahí va el héroe</font>

Ahí va el héroe,
no lleva capa,
tampoco espada.
Sólo sudor en la frente,
y mojada la espalda.


Al verle pasar,
bien pareciera que huye.
Mas es él quien busca,
el que intuye,
una marca, una meta,
entre el asfalto y las multitudes.


Entre multitdes se abre paso,
que le admiran,
que le brindan el aplauso,
que le animan,
sin pausa ni descanso.


Es su vida, su afan,
su reto, su ideal.
su empeño,
su vida.
En definitiva: su sueño.


Por ello vive,
por ello lucha,
con tesón,
a veces...
contra los que no le escuhan...
a veces...
contra la incomprensión...


Por eso es un héroe.


Dedicado a mis amigos y compañeros de afición por las carreras populares.

Hoy quiero leer

Hoy quiero leer,
Con ojos ávidos,
Tus versos ingrávidos
Y tus rimas por doquier.


Hoy quiero leer,
Tus versos soñadores,
Siempre turbadores,
Caricias de oropel.


Hoy leer quiero,
Inundarme de tus palabras,
Sentir que me abrazan,
Y me envuelven sin remedio.


Hoy leer quiero,
A la brisa que te envuelve
Y que siempre resuelve
Traerme tus recuerdos.


Hoy quiero leer,
Para recordar
Para no olvidar
Tu sonrisa de ayer.


Hoy quiero leer,
Para poder vivir,
Sin sentir
Tus miradas otra vez.


Hoy leer quiero,
Los susurros del viento.
Dialogar con mi tormento.
Apagar este dolor fiero.


Hoy quiero leer,
Verso a verso,
Todo tu universo
De maravillas a granel.


Hoy leer quiero,
Para amarrar mis penas
Y sentir en mis venas
La luz de tu lucero.


Hoy quiero leer,
Tus versos encendidos,
Tus brazos extendidos,
Acogiéndome otra vez.


Hoy quiero leer,
Este verso que dice…
¡Tonto, claro que te quiero!
¡Ven conmigo! ¡Abrázame!
¡Ven…!


¡Tonto de mí!
¡Ese no lo había leido!
¡Voy cariño, espérame!



José Carlos Ojeda 2004