¡Silencio! ¡No me interrumpan!
Perece la noche,
resucita el nuevo día,
con derroche,
inundando de vida
cada rincón,
cada calle,
cada alcoba,
cada perspectiva.
Cada rincón, que en la penumbra de un callejón acogió
el abrazo y el verso furtivos. Quizá hasta prohibidos,
pero siempre de amor.
Cada calle, que ya va haciéndose eco de las voces de
los niños camino del colegio. Del deslizar de los cierres
metálicos que los tenderos suben con energía para comenzar
la jornada. Del rechinar de neumáticos que apuran semáforos.
Cada alcoba, en la que durante la noche que todo lo oculta
y que todo lo cobija haciéndose cómplice, se desarrolló
una hermosa batalla de amor, de besos, de abrazos,
de pellizcos, de caricias. De gemidos y hasta de risas.
De sudor, vapores y néctares prodigiosos. De dulces momentos
que desembocaron en desbocado éxtasis.
Sale el sol. ¡Silencio! ¡No me interrumpan! Me gusta
contemplar la vida desde mi balcón a primeras horas de la
mañana; cuando esa media luz me habla, me susurra de lo
que pudo haber apenas unas horas antes. En cada rincón,
en cada calle, en cada alcoba.
Comienza el día y se cierra un círculo más. Se cierra
un círculo de un ciclo que nunca termina. ¡Silencio!
¡No me inerrumpan!
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